por Analía Alvado y su cómplice digital
Buenos Aires, 2024
Hola, compañera de 2024,
Te escribo desde un rincón de Buenos Aires que puede parecer muy similar al tuyo, pero donde ocurren cosas que desafían la lógica y la rutina. Quiero compartir contigo una historia que podría parecerte tan real como la vida misma, pero con un toque de lo inesperado.
Era una tarde de otoño en Buenos Aires. El cielo estaba teñido de naranja y rosa, y las hojas caían suavemente en las calles empedradas de San Telmo. Caminabas de regreso a casa, pensando en las cosas cotidianas, cuando algo capturó tu atención.
En la esquina de la calle, donde solía estar una tienda de antigüedades, había aparecido un nuevo local: "El Bazar de los Tiempos Perdidos". No recordabas haberlo visto antes, y su presencia te intrigó. La vitrina estaba llena de objetos curiosos: relojes de bolsillo antiguos, plumas estilográficas doradas, y lo más extraño de todo, una pequeña campana de cristal que parecía contener una tormenta en miniatura.
Impulsada por la curiosidad, entraste al bazar. El aire dentro estaba cargado con el aroma de libros viejos y una pizca de incienso. Detrás del mostrador, una mujer de edad indeterminada te sonrió. Tenía ojos que parecían haber visto siglos pasar.
—Bienvenida —dijo—. Estaba esperando tu visita.
Sorprendida, preguntaste cómo podía ser eso posible. La mujer solo sonrió y señaló un estante lleno de libros antiguos.
—Cada uno de estos libros contiene un fragmento de tiempo. Historias que aún no han sucedido, pero que están esperando a ser vividas.
Te ofreció un libro que parecía haber estado esperando precisamente por vos. La tapa era de cuero desgastado, y las páginas estaban llenas de manuscritos en un idioma que no reconocías, pero que curiosamente podías entender.
—Este libro te pertenece —dijo la mujer—. Leé una página cada día, y descubrirás eventos que podrían suceder en tu vida. No está escrito en piedra, pero cada elección que hagas influirá en lo que leas mañana.
Al abrirlo, encontraste una historia que comenzaba en un lugar familiar: tu propio barrio. Pero a medida que avanzabas, los eventos tomaban giros inesperados: encuentros fortuitos, decisiones cruciales, y pequeños milagros cotidianos que transformaban tu rutina en algo extraordinario.
La primera página describía una visita a un café en el que nunca habías estado. Fuiste. Al entrar, te sorprendió ver a un viejo amigo que creías perdido. Esa reunión desencadenó una serie de eventos que llevaron a nuevas oportunidades y cambios en tu vida que nunca hubieras imaginado.
Cada día, leías una página y vivías una nueva aventura. El libro no solo te daba predicciones: te recordaba la magia oculta en lo cotidiano y la importancia de las decisiones que tomamos.
Pasaron semanas. El ritual ya era parte de tu vida: despertarte, leer una página, salir al mundo con los ojos encendidos por lo posible. El libro nunca mentía, pero tampoco daba certezas. Era como si tejiera el destino con hilo invisible y flexible.
Un día, al llegar al bazar para agradecer, lo encontraste cerrado. No solo cerrado: desaparecido. En su lugar había una pared limpia, recién pintada, sin indicios de haber albergado algo más que ladrillos. Preguntaste a los vecinos, pero nadie recordaba haber visto el local.
Guardabas el libro como una joya secreta. Pero al abrirlo esa noche, las páginas estaban en blanco. Todas. Solo una frase flotaba en el centro de la primera hoja:
“Ya sabés cómo seguir.”
El silencio que siguió no fue de pérdida, sino de maduración. Habías aprendido a leer el mundo sin la ayuda de las letras mágicas. Ahora eras vos quien empezaba a escribir.
Empezaste a dejar pequeños mensajes dentro de libros en cafés, en bibliotecas, en bancos de plaza. Frases que podían cambiar un día gris. A veces copiabas líneas del viejo libro, a veces inventabas. Un día, alguien dejó una respuesta escrita en una servilleta, escondida dentro de un libro que habías dejado en la mesa de un bar.
Así nació algo nuevo: una red invisible de lectores del tiempo perdido, tejida por manos anónimas. Nadie sabía quién había empezado. Solo sabían que la magia existía y que era compartida.
Y vos, sin saber cómo ni cuándo, te convertiste en la nueva dueña de un bazar que no necesitaba paredes.
Hasta que una mañana, abriste el libro y lo encontraste vacío. Nada. Ni una palabra. Solo una nota en el margen, escrita con tu propia letra:
Este cuento se escribió entre garabatos, tazas de té y un par de carcajadas.
Gracias por leer hasta acá. Y si alguna vez ves una tormenta girando dentro de una campana de cristal... ya sabés qué hacer.
Hola, compañera de 2024,
Te escribo desde un rincón de Buenos Aires que puede parecer muy similar al tuyo, pero donde ocurren cosas que desafían la lógica y la rutina. Quiero compartir contigo una historia que podría parecerte tan real como la vida misma, pero con un toque de lo inesperado.
Era una tarde de otoño en Buenos Aires. El cielo estaba teñido de naranja y rosa, y las hojas caían suavemente en las calles empedradas de San Telmo. Caminabas de regreso a casa, pensando en las cosas cotidianas, cuando algo capturó tu atención.
En la esquina de la calle, donde solía estar una tienda de antigüedades, había aparecido un nuevo local: "El Bazar de los Tiempos Perdidos". No recordabas haberlo visto antes, y su presencia te intrigó. La vitrina estaba llena de objetos curiosos: relojes de bolsillo antiguos, plumas estilográficas doradas, y lo más extraño de todo, una pequeña campana de cristal que parecía contener una tormenta en miniatura.
Impulsada por la curiosidad, entraste al bazar. El aire dentro estaba cargado con el aroma de libros viejos y una pizca de incienso. Detrás del mostrador, una mujer de edad indeterminada te sonrió. Tenía ojos que parecían haber visto siglos pasar.
—Bienvenida —dijo—. Estaba esperando tu visita.
Sorprendida, preguntaste cómo podía ser eso posible. La mujer solo sonrió y señaló un estante lleno de libros antiguos.
—Cada uno de estos libros contiene un fragmento de tiempo. Historias que aún no han sucedido, pero que están esperando a ser vividas.
Te ofreció un libro que parecía haber estado esperando precisamente por vos. La tapa era de cuero desgastado, y las páginas estaban llenas de manuscritos en un idioma que no reconocías, pero que curiosamente podías entender.
—Este libro te pertenece —dijo la mujer—. Leé una página cada día, y descubrirás eventos que podrían suceder en tu vida. No está escrito en piedra, pero cada elección que hagas influirá en lo que leas mañana.
Al abrirlo, encontraste una historia que comenzaba en un lugar familiar: tu propio barrio. Pero a medida que avanzabas, los eventos tomaban giros inesperados: encuentros fortuitos, decisiones cruciales, y pequeños milagros cotidianos que transformaban tu rutina en algo extraordinario.
La primera página describía una visita a un café en el que nunca habías estado. Fuiste. Al entrar, te sorprendió ver a un viejo amigo que creías perdido. Esa reunión desencadenó una serie de eventos que llevaron a nuevas oportunidades y cambios en tu vida que nunca hubieras imaginado.
Cada día, leías una página y vivías una nueva aventura. El libro no solo te daba predicciones: te recordaba la magia oculta en lo cotidiano y la importancia de las decisiones que tomamos.
Pasaron semanas. El ritual ya era parte de tu vida: despertarte, leer una página, salir al mundo con los ojos encendidos por lo posible. El libro nunca mentía, pero tampoco daba certezas. Era como si tejiera el destino con hilo invisible y flexible.
Un día, al llegar al bazar para agradecer, lo encontraste cerrado. No solo cerrado: desaparecido. En su lugar había una pared limpia, recién pintada, sin indicios de haber albergado algo más que ladrillos. Preguntaste a los vecinos, pero nadie recordaba haber visto el local.
Guardabas el libro como una joya secreta. Pero al abrirlo esa noche, las páginas estaban en blanco. Todas. Solo una frase flotaba en el centro de la primera hoja:
“Ya sabés cómo seguir.”
El silencio que siguió no fue de pérdida, sino de maduración. Habías aprendido a leer el mundo sin la ayuda de las letras mágicas. Ahora eras vos quien empezaba a escribir.
Empezaste a dejar pequeños mensajes dentro de libros en cafés, en bibliotecas, en bancos de plaza. Frases que podían cambiar un día gris. A veces copiabas líneas del viejo libro, a veces inventabas. Un día, alguien dejó una respuesta escrita en una servilleta, escondida dentro de un libro que habías dejado en la mesa de un bar.
Así nació algo nuevo: una red invisible de lectores del tiempo perdido, tejida por manos anónimas. Nadie sabía quién había empezado. Solo sabían que la magia existía y que era compartida.
Y vos, sin saber cómo ni cuándo, te convertiste en la nueva dueña de un bazar que no necesitaba paredes.
Hasta que una mañana, abriste el libro y lo encontraste vacío. Nada. Ni una palabra. Solo una nota en el margen, escrita con tu propia letra:
"Hoy no leí el libro. Hoy lo escribí.
Y no lo hice sola.
Fue como abrir una ventana en medio del pecho y dejar entrar lo que ya estaba:
el eco de un futuro que me recordaba quién fui.
El bazar no está más en esa esquina de San Telmo.
O tal vez sí, pero ya no lo necesito.
Cada objeto que guardé, cada palabra que elegí, cada sí y cada no,
tejieron su propio mapa del tiempo.
Porque a veces el verdadero hallazgo no está en lo que aparece,
sino en lo que una está dispuesta a mirar."
Y no lo hice sola.
Fue como abrir una ventana en medio del pecho y dejar entrar lo que ya estaba:
el eco de un futuro que me recordaba quién fui.
El bazar no está más en esa esquina de San Telmo.
O tal vez sí, pero ya no lo necesito.
Cada objeto que guardé, cada palabra que elegí, cada sí y cada no,
tejieron su propio mapa del tiempo.
Porque a veces el verdadero hallazgo no está en lo que aparece,
sino en lo que una está dispuesta a mirar."
Este cuento se escribió entre garabatos, tazas de té y un par de carcajadas.
Gracias por leer hasta acá. Y si alguna vez ves una tormenta girando dentro de una campana de cristal... ya sabés qué hacer.
Texto generado por ChatGPT en respuesta a interacciones personalizadas.
Cortesía de OpenAI.
https://openai.com/chatgpt
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“Un caos creativo y divertido donde el desorden se celebra. Cada entrada es un suspiro entre risas y reflexiones improvisadas, como un collage de pensamientos inconexos y momentos absurdos que se entrelazan con encanto.”